sábado, 14 de mayo de 2011

Lo demas del Principito

A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con
personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión
sobre ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la
experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un
ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es un sombrero". Me abstenía de
hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba
del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un
hombre tan razonable.
II
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve
una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni
mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una
cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más
próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi
sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
— ¡Por favor... píntame un cordero!
—¿Eh?
—¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a
un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré
hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa.
Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.
Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me 
encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito no 
me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la 
apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. 
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije: 
— Pero… ¿qué haces tú por aquí?
_______________________________________________________________________________-
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante: 
—¡Por favor… píntame un cordero! 
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que 
aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi 
bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, 
historia, cálculo y gramática y le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.
—¡No importa —me respondió—, píntame un cordero! 
Como nunca había dibujado un cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos que yo era 
capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito: 
— ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante 
ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
 Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo
—¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar. 
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia. 
—¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos…
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores





—Este es demasiado viejo. Quiero  un cordero que viva mucho tiempo. 
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente este 
dibujo, se lo enseñé, y le agregué: 


esperen  mas paginas =D leean 

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